«¡Algeciras!» grita Miguel inesperadamente mientras mi cuerpo responde con un rebote e intenta adivinar de qué diantres habla. Y las veo. Una rubia y la otra no lo sé. No llegué a distinguirla bien. Pasamos rapidísimo, pero con el tiempo suficiente para darme cuenta de qué se trataba. Mochilas al suelo, dedo y cartel en alza y sonrisa en la cara. Las veo y en cuestión de segundos se quedan lejos, sin la posibilidad de volver. «Mierda…» suspira Miguel. Y yo también suspiro en mis adentros. «Vamos para Fuengirola, podríamos haberles ahorrado un pico…», comento.
Eran dos autoestopistas que se dirigían a Algeciras. Hubiera deseado tanto recogerlas y haber formado parte de su viaje, aunque fuera sólo por veinte minutos. Quería saber de ellas, saber cuáles eran sus inquietudes, qué las había llevado a estar allí y por qué a Algeciras. Quizás su viaje acababa de comenzar o quizás llevaban años en ruta. ¿Serían primas, amigas, hermanas o amantes? Quería conocerlas y que me contaran todo. Quería también hablarles de mis planes. «Incluso, si nos hubiéramos llevado bien, podríamos haberlas invitado a la fiesta de esta noche», bromeo a Miguel. Pero él, tan parecido a mi, me dice que sí, que habría sido genial. Que seguro se habrían extrañado de que celebrásemos el año nuevo un dos de enero y tomando doce M&M’s en lugar de uvas en los doce últimos segundos del día. Que quizás ellas también tuvieran un blog y quizás escribirían un post sobre las extrañas costumbres de los españoles, pensando que nuestra fiesta es la verdadera tradición. Y nos reímos. Nos reímos hasta que un silencio se esparció por el coche durante unos momentos.
Porque eso no ocurriría. Quizás con otras personas en otro momento, pero no con ellas. Ya no. Porque pasamos tan rápido que sólo pude ver a una chica con una amplia sonrisa y un cartel que exhibía «ALGECIRAS».
Viaje por Conocer 
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