Miguel muchas veces me ha dicho que le encantaría hacer un crucero conmigo. Y yo siempre le he respondido que no, que eso no es de mi estilo. Que para mi eso de tener un par de horas para conocer un lugar no me gustaba.
Por eso también he solido decir que no a las «escapadas de fin de semana». Ese vuelo que encuentras Málaga-Londres por 20€ y que no puedes dejar pasar mientras piensas «vale, tengo 48h para conocer la ciudad, ¡a organizarse!» y con mapa en mano comienzas a trazar una ruta en la que están señalados todos los must de Londres, aquellos imperdibles que no te perdonarías jamás en la vida no haberlos visitado porque eso sería no haber estado de verdad en la ciudad y no te puedes permitir perder esa oportunidad…
¡NO, ENE-O, niet, ei, ingen y 没有!
Suelo rechazar esos viajes porque con solo pensarlos me estreso. Aunque yo también he vivido esa ansia por aprovechar un viaje y verlo todo todito todo. La necesidad de tener organizado cada minuto, donde pararse a respirar se considera una pérdida de tiempo. Y si de los 15.729.362.402 monumentos, esculturas, museos y demases que has visto, se quedara alguno sin visitar, viene la frustración a chafarte la felicidad.
Pero eso era antes.
En el verano de 2016 Miguel y yo hicimos un viaje en coche de unos once días en el que nos recorrimos media España. Durante el viaje estuvimos una media de un día-día y medio por ciudad. Y me encantó. Lo volvería a repetir millones de veces.
Entonces, ¿qué diferencia este viaje exprés de los otros que no soporto?
La distribución del tiempo.
Me di cuenta de ello en Galicia, cuando estábamos sentados con la Torre de Hércules detrás. Estaba tan, pero que tan a gusto allí. Hacía un día estupendo, con calor pero no agobiante, con un cielo azul brillante sobre mi cabeza. Y me di cuenta de que ese viaje estaba gustándome porque no estaba corriendo de un lado para otro. Nos dábamos tiempo para disfrutar de lo que quisiéramos, de sentarnos y levantarnos cuando el cuerpo lo pidiera, no según lo que marcase el reloj. No teníamos una larga lista de «cosas que tienes que ver sí o sí en [inserte cualquier lugar]». Sólo teníamos apuntados un par de sitios que nos parecieron interesantes y que iríamos a visitar si coincidía con la ruta, que tampoco estaba planificada.

Allí tumbada pensé en los helados que nos comimos frente a la catedral de Cádiz y de la puesta de sol que vimos después; pensé en el día que pasamos en la biblioteca de Mérida porque hacía tanto calor que no había quien pisara la calle; pensé en que sólo estuvimos tres horas en Sevilla, pero que yo me sentía la mar de feliz y satisfecha porque había visitado, otra vez, mi plaza favorita. Podría haber aprovechado esas horas para conocer un lugar nuevo de Sevilla, pero no, preferí quedarme en un lugar que me encanta, tranquila. En definitiva, pensé en todas aquellas veces que simplemente nos paramos a disfrutar y nos levantamos cuando sentimos un «bueno, ¿seguimos?» en nuestro interior.
Por eso sé que me gusta viajar despacio. No son los viajes exprés los que me molestan. El problema comienza cuando te la pasas corriendo de un lado para otro, cosa que también es válida, por supuesto, pero no para mi. Esa forma de conocer me agota muchísimo y me resta bienestar. Da igual si estás tres días o media hora en un lugar, el viaje será maravilloso siempre y cuando estés haciendo lo que quieras y como quieras. Lo importante es volver a casa no con remordimiento porque te hubiese gustado estar más tiempo o porque algo se te quedó sin visitar, sino feliz por haberlo disfrutado.
¡Ahora sí que me veo disfrutando de un buen crucero! 😉🚢🌴
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