Hace un par de semanas escribí sobre mi necesidad de irme y el ahogo que sentía estando donde estaba. Tranquilos. Estoy bien. Las aguas -en este caso las llamas- se han calmado y yo ya me encuentro mejor. ¿Conseguí escaparme a algún lugar?
Ni por asomo.
No puedo irme. Aunque mi mente esté viajando a miles de kilómetros de aquí, y mi cuerpo me empuje a seguirle, mis pies están firmes. No se mueven.
Ni se van a mover.
Llevamos con esta parálisis aproximadamente un año. Un año en el que cada gasto se ha revisado con lupa. Un año en el que había que debatir cualquier compra. ¿Nos lo podemos permitir? Hay que mirar las cuentas. ¿Cuánto llevamos gastado este mes? Depende, porque a esto réstale esto otro, y esto, que son gastos fijos, y para esta fecha tenemos que tener tanto. Bah, mejor déjalo, otra vez será.
Y así.
Porque ahorrar para un gran viaje es muy duro. Ni soy rica ni vengo de una familia pudiente -ni mucho menos-, así que si quiero viajar, me lo tengo que montar por mis medios. Y no me quejo, me encanta que sea así. Para bien o para mal soy demasiado orgullosa en eso de ayudarme a conseguir mis metas. Me encanta que este viaje vaya a realizarse gracias a mis propios esfuerzos.
El problema viene cuando eres una persona a la que le gusta moverse. Que odia la quietud. Que quiere descubrir y conocer y oler y ver y escuchar y experimentar. Una persona en cuya casa el tedio no es bienvenido.
Y ahora siento que no sólo ha venido, sino que se ha esparcido por todo mi hogar.
Ha sido tanto lo que he sacrificado por este sueño…
Sacrificios que me han dolido muchísimo, como renunciar oportunidades viajeras y académicas que eran, literalmente, de ahora o nunca. Y he llorado mucho por convertirlas en nunca.
Todavía quedan cuatro meses para la partida. Cuatro meses de verano que se basarán en trabajar y en movernos lo menos posible para gastar lo menos posible. Cuatro meses en los que toca reinventarse y buscar nuevas actividades y pasatiempos que muevan un poco a ese gen viajero que se muere por salir. Que ya no quiere dormir más. Que es su momento. Que es hora de dejarle las riendas. Que ahora, que ya. Déjate llevar, es su turno.
Pero todavía no puedo.
Quedan cuatro meses de quietud y contención.
Pero después.
Ay, después…
Después reventará todo lo que he estado envasando al vacío. Pero será una explosión que no destroza. Una explosión de flores, luz y felicidad.
Sí, ya lo verás ♫
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