Aquí estoy, en la cama, escribiendo un texto de despedida a escasas horas de abandonar el lugar en el que he estado viviendo tres meses.
Ohakune…
No sé cómo te puedo tener tanto cariño con lo mal que lo he pasado aquí. He vivido momentos tremendamente felices, sí, pero también he tocado fondo a más no poder. Ahora me encuentro bien, algo nostálgica y tristona quizás, pero bien.
La verdad es que no me hiciste muy fácil la llegada. En menos de una semana, ya estaba llorando preguntándome cómo iba a aguantar tres meses en semejante lugar. Yo, que odio el frío. Yo, que no soporto estar lejos del mar. Yo… ¿qué hacía en Ohakune entonces?
Aprender. Eso es lo que he hecho.
Quizás no de forma consciente, pero ahora, a punto de partir, me doy cuenta que he crecido muchísimo como persona. Que no soy la misma que la que llegó hace tres meses. Tampoco estoy hablando de un cambio radical o de un giro de 180º, pero me noto distinta, más madura, más fuerte, más grande.
Como he dicho, al inicio no me lo pusiste fácil. Pero entonces, cuando cambié un par de teclas, cuando los nubarrones se disiparon, pude verte; así como se ve el Ruapehu cuando las nubes se desvanecen.
Pude ver que a pesar de lo pequeño que eres, eres enorme. Que no me he aburrido aquí. Que tienes lo justo y necesario, ni un poco más. Que estás orgulloso de quien eres y lo que tienes que ofrecer, aunque a ojos de otros pueda ser poco. Que tus alrededores son impresionantes. Y que tu gente, también.
Si la granja me enseñó que tengo más fuerza física de lo que pensaba, tú me enseñaste que tengo mucha más fuerza de voluntad de lo que creía. Aprendí a valorar correctamente a una empresa, su trabajo y su sueldo. Aprendí la importancia de los amigos y, sobre todo, a diferenciar cuáles son para divertirse un rato y cuáles son los de verdad, los que vinieron para quedarse. Aprendí a valorar las montañas y su belleza. Incluso, la belleza de la nieve.
Sólo puedo estar agradecida por lo aprendido, a pesar de todo. A pesar de los dolores físicos y los bajonazos emocionales multiplicados al cuadrado. Me has dado risas y felicidad pero joder, también me has dado llanto, a grandes cantidades.
He llorado al volver del trabajo. Me he despertado por la mañana y lo primero que he hecho ha sido llorar sólo por pensar en el trabajo. He estado muy decaída, tremendamente cansada, he tenido rutinas de trabajo-casa-dormir-trabajo-casa-dormir-trabajo-casa… sin ningún entretenimiento de por medio.
Pero te adoro porque si pongo en una balanza lo malo y lo bueno, lo positivo gana. Quizás no por goleada, pero gana. Y como, al final, lo mejor es quedarse con lo bueno, voy a recopilar los buenos momentos vividos en Ohakune, para que el día de mañana, cuando me vuelva la nostalgia que siento ahora mismo mezclada con el olvido, pueda recordar por qué echo de menos un pequeño rincón perdido en medio de la isla norte de Nueva Zelanda:
En Ohakune:
He tenido vida social. He conocido a muchísima gente maravillosa que muchos fines de semana me llenaban de tanta energía que me hacían más amena la semana siguiente. Algunos son amigos que sé que me llevaré para siempre. Lo sé.

Me he enamorado de una montaña, lo que ha hecho que las montañas en general cobren un nuevo sentido para mí. La “culpable” ha sido Ruapehu, tan imponente y bonita como ella misma. Así como sus alrededores, que no se quedan atrás.
Hemos “vivido” con una gatita que decidí bautizar como “la gorda de oro” (porque está gorda y, bueno, tiene un color así doradito), una gata que SÓLO aparece los viernes y sábado por la noche. Ah, y tiene sombra de humano.

Me he convertido en peluquera oficial.
Viví una experiencia mágica:
He aprendido más inglés que en toda mi vida académica.

He reconfirmado que en Nueva Zelanda las carreteras son “atracciones” por sí mismas. Sencillamente hermosas.
He presenciado un festival de zanahoras. ¡Miguel incluso participó y ganó!
He aprendido a valorar lo que es una empresa que se preocupa por sus trabajadores.

Hemos aprendido a sacar un coche estancado en el barro…
… y a devolver a la vida un coche sin batería… (vale, confieso: ha sido la segunda vez que nos pasa en NZ).

He conseguido apreciar el valor paisajístico que tiene la nieve. Y no sólo lo he visto, sino que me gusta.
Adiós, Ohakune. You’ll be always in my heart.
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