Bangkok, segundo asalto

Lunes, 17 de diciembre de 2018

Ya empezó, segundo asalto.

Y esperaré el gran impacto.

Golpea bien.

Hazlo bien.

“Segundo Asalto”, Love of Lesbian

 

Aquí estoy, tumbada en un sofá blandito de un hostal perdido en uno de los miles de callejones de Bangkok. Sí, esos callejones sucios y oscuros, esos que encienden la luz de tu sentido común para decirte gritarte “si entras ahí, nada bueno puede pasarte”.

Hace tanto calor que se me pegan las ropas, y éstas al sofá, y de repente somos una misma masa blandiblú de piel, tela, colchón y rizos. Y eso que la ventana está abierta detrás de mí. Cada suspiro de brisa me da la vida. No puedo comprender cómo la Navidad está a la vuelta de la esquina con 27º a las doce de la noche. Son mis segundas navidades “de verano” seguidas y soy incapaz de acostumbrarme. Pero es o estar en el sofá, o irme a la habitación con un aire acondicionado tan fuerte que no tengo más remedio que estar bajo una manta.

Y me niego a taparme con veintisiete grados.

Porque ya he aprendido a encajar los golpes de Bangkok. Sí, a encajarlos, que no a esquivarlos. Bangkok sigue tan peleona como siempre, solo que ahora sé que el combate no lo inició ella. Fui yo. Enfrentarse a Bangkok es como dejar en ridículo delante de todos al malote de clase: te vas a llevar una paliza.

O estás en el bando de Bangkok, o estás en su contra, que es lo mismo que salir perdiendo.

Tuve que alejarme de ella para poder comprenderla. Tuve que salir de su caos para aprender a fluir y entender que hay cierto orden dentro de este puzzle de piezas que aparentan no encajar entre sí.

Ahora ya no te peleo. Ya no te planto cara. Ya no me defiendo.

Ahora fluyo por tus carreteras. Me siento a ver tu vida pasar. Y más que entenderte, te respeto. Respeto que seas diferente a mí y a lo que he vivido antes de ti. Y comprendo que tus diferencias no te hacen mi enemiga, ni que remamos en un barco distinto.

Es obvio que tú no puedes adaptarte a mi forma de navegar. Eres demasiado como para cambiar (por favor, no lo hagas nunca). Pero si quiero llegar al mismo puerto, tengo que hacerlo a tu estilo, a tu ritmo y con tus reglas.

Y así, sólo así, podré disfrutar de esta maravillosa travesía que es Bangkok.

– – – – – – – – –

Lo que es la mente.

Llevo ya más de un mes que no dejo de pensar en Bangkok. No en Tailandia, no, en BANGKOK. Y siempre me preguntaba «¿cómo es posible que tenga ganas de volver a Bangkok si yo la odiaba?». Hasta llamé a mi madre por teléfono para comentarle lo raro del asunto. Es como decir «odio tanto el arroz con leche que me apetece muchísimo comer arroz con leche». No tiene ningún sentido.

Pero aprovechando el tiempo libre me decidí a ordenar los archivos de mi ordenador, y mira qué cosa me encontré. Algo que escribí en diciembre de 2018, un poco después de volver a Bangkok después de viajar por el norte del país.

Yo recordaba lo mal que lo pasé en mi primera visita a la capital, pero no recordaba que había hecho las paces con ella, que la comprendí y, sobre todo, comencé a disfrutarla. Teniendo como cúlmen la última noche que pasé en ella, una en la que salí sin rumbo a meterme en los callejones que me llamaban, a comprar la comida que mi olfato me pedía. A caminar y ver y vivir.

Esa noche la recuerdo con el mismo cariño que se recuerdan las Navidades de la infancia.

Ay… ahora te entiendo, cuerpo. Qué útil escribir. Creo que voy a empezar un diario.

¿Será momento de volver a Tailandia también? Quién pudiera.

Who knows… ✈

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