Él no fue el primero en intentarlo. De hecho, se convertiría en costumbre que los aborígenes más talentosos se pasaran por la gasolinera a intentar sacar provecho de su arte. A algunos, la palabra “talentoso” se les quedaba verdaderamente corta. Otros… bueno, lo intentaban. Pero, al final del día, ¿quién soy yo para decidir qué es arte?
El caso es que cuando lo vi, me enamoré. Conecté profundamente con él. Me maravilló, me cautivó, me asombró.
– ¿Cuánto pides?
– ¿50?
– 30 dólares y te los doy ahora mismo.
– Hecho.
Ni siquiera tenía dinero. Sólo sabía que no podía ignorar aquel flechazo. Ya lo describía Michael Corleone en la novela de El Padrino cuando ve a Apolonia por primera vez: “el rayo” me había atravesado. Y a mí por las venas ya sólo me corría electricidad.
Menos mal que el que era mi novio por aquellos tiempos me dio los treinta dólares que me brindarían uno de los objetos más preciados que conservo.

Todo fueron risas cuando volví con mi enorme cuadro a mi puesto de trabajo. “¡pero qué feo!”, me dijo mi compañera belga. “Bueno, lo importante es que te guste a ti, cariño”, me decía mi novio con una sonrisa torcida. Y más risas entre los compis. Pero nada podía afectarme porque yo estaba radiante, sobre todo después de la conversación que tuvimos:
– A mí no me gusta dibujar lo que veo. A mí me gusta dibujar lo que tengo en la cabeza.
– ¿Y qué tienes en la cabeza?
– Estos son mis antepasados, están bailando y tocando el didgeridoo porque están muy felices. ¡Por fin está lloviendo! Esto de aquí son las huellas de mis ancestros, que están ahí para protegerte.
– ¿Y por qué hay una serpiente gigante en el cielo?
(jamás olvidaré la mirada de obviedad, extrañeza y dulzura que me echó, como si fuera una niña pequeña haciendo una pregunta estúpida)
– Porque está lloviendo.
Está claro que sin la interpretación del artista, no habría llegado a comprender qué ocurría dentro del dibujo. Aunque algo sí que sospechaba, ya que la noche anterior hubo una tormenta que ni el apocalipsis. Estábamos en el inicio de la rainy season de los Kimberleys, en medio del desierto de la Australia Occidental.

Yo creí que lo que el dibujo representaba era un grupo de personas que se estaban defendiendo con armas de una serpiente que les atacaba. Fíjate, nada que ver. Aun así, el dibujo tenía algo que me atraía, y me terminó de encandilar cuando comprendí del todo de qué iba la cosa.
Pasaron los meses (en total, estuve seis viviendo en aquella comunidad aborigen), y siempre que veía el cuadro en mi habitación sentía cierto orgullo mezclado con un profundo cariño. Eso sí, mis amigos seguían preguntándose qué era lo que veía yo en ese cuadro tan “feo”. Cuando volví a España de vacaciones, lo guardé a muy buen recaudo, para que esperase a salvo mi regreso definitivo.
Lo que yo no sabía era que ese dibujo escondía todavía más secretos. Secretos que descubrí en mi visita al Parque Nacional Kakadu. Allí, me encontré cara a cara con una de las mayores galerías de arte rupestre aborigen australiano del mundo. Son pinturas maravillosas que no sólo han retratado el paso de los años, los siglos, las eras y la historia general, no; es que son pinturas que divulgan conocimientos, pues los aborígenes no registraban sus vivencias a través de la escritura, sino que enseñaban por la palabra y las pinturas. Son historia aborigen pura y dura, desde cómo cocinar un pescado hasta de cómo eran los barcos que llegaban de Europa.
Una de las metodologías con las que los aborígenes enseñan a los jóvenes los códigos de conducta es a través de la misma práctica que han ejercido tantas y tantas otras culturas en el mundo, desde la griega a la egipcia, a la japonesa, a la budista o la maorí: a través de la mitología. Y la mitología aborigen australiana es igual de fascinante y bonita como cualquier otra.

Por ejemplo, una de las figuras más importantes de su mitología es la Serpiente Arcoíris, diosa creadora de la vida –y el universo- a través de su relación con el agua. Cuenta la leyenda que esta inmensa serpiente salió de la tierra (¿recordáis el cráter Wolfe Creek?) levantando a su alrededor enormes cimas, montañas y desfiladeros a medida que avanzaba hacia arriba. Una vez fuera, mientras la serpiente se deslizaba por la Tierra, fue creando a su paso pozos, barrancos, canales, cauces… pues ella es quien controla el recurso más preciado de la existencia: el agua. Sin ella, no hay vida.
Se dice que habita en profundos pozos de agua y que, al igual que puede dar vida, si se enfada, puede enviar grandes tormentas que arrasan con todo. O, si está de buenas, permite que los pozos estén perennemente llenos de agua aun siendo plena temporada seca en el desierto. Cuando se ve el arcoíris en el cielo, se rumorea que es la Serpiente Arcoíris pasando de un pozo de agua a otro.

Serpiente… diosa creadora… lluvias… ¡mi cuadro es una representación de la Serpiente Arcoíris trayendo agua al mundo! En ese instante comprendí por qué el artista me miró de esa forma tan obvia cuando pregunté por qué había una serpiente en el cielo. “Porque está lloviendo”.
“A mí no me gusta dibujar lo que veo. A mí me gusta dibujar lo que tengo en la cabeza”. Claro, ese señor no sólo dibujó un hecho de su cabeza, ese señor plasmó una parte de historia, de su historia, en un trozo de tela, y la compartió conmigo. Compartió sus enseñanzas, su leyenda, su tradición conmigo de la misma forma que los aborígenes llevan haciéndolo desde hace más de cuarenta mil años: a través de la palabra, la pintura y la mitología. ¡Y yo sin darme cuenta!
Más tarde, descubriría en un museo sobre el body painting aborigen. Los cuatro individuos –probablemente hombres- del dibujo tienen los cuerpos pintados. Descubrí que los aborígenes cuando hacen un ritual que implica danza, siempre se pintan sus cuerpos. Cada tribu se dibuja de una forma diferente según su tótem, y así es como saben quién pertenece a su grupo: si se pintan como tú, es de tu familia. Los que se pintan, son los que bailan. A veces, hasta las huellas de los pies quedan estampados en el suelo por la pintura… como en el cuadro.
Aún con toda la información que la suerte me fue entregando, esto no fue todo. Un día navegando por Facebook se me apareció un artículo que decía que un señor en Florida encontró en el bosque una rara serpiente… una serpiente arcoíris que no se había visto por esa área en más de 50 años. Pero lo curioso fue la fotografía que acompañó el artículo. Mirad vosotros mismos los parentescos con la serpiente de mi dibujo. Además, el artículo añade información del tipo <<“Las serpientes arcoíris son muy acuáticas y pasan la mayor parte de su vida ocultas entre la vegetación acuática; rara vez las ven, incluso los herpetólogos, debido a sus hábitos crípticos”>>. Yo no sé si la serpiente que vio aquel hombre es como la de la foto, ni siquiera sé si esa serpiente existe o si así es la que inspiró a los aborígenes. Yo de eso no tengo ni idea. Lo que sí es evidente es la casualidad y el parentesco reptil.

Sin duda alguna, aquel día de marzo, tenía en mis manos la representación de la diosa creadora de la Tierra aborigen en pleno trabajo de brindar agua al planeta. Antes de descubrir todos estos datos tan maravillosos sobre la cultura aborigen australiana, ya guardaba mucho cariño de mi encuentro con aquel artista. Y cuanto más tiempo pasa, más crece mi afecto por él y su obra.
Gracias FRANKI.
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