¡Hola, soy Marta!
The sky is not completely dark at night. Were the sky absolutely dark, one would not be able to see the silhouette of an object against the sky.
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Mi plan viajero-vital 2.0
¿Sabéis de esas veces que estáis viendo una cosa determinada que te lleva a otra, y a otra, y a otra hasta el punto de que acabas haciendo algo que no tenía nada que ver con la actividad inicial?
Pues así es como he acabado releyendo y reflexionando sobre el primer post de este blog.
Todo empezó con la publicación en mi Facebook personal de un proyecto fotográfico que realicé durante el mes de marzo (si quieres verlo, pincha aquí). El caso es que me puse a revisar todo el proyecto y como me pareció corto, decidí revisionar de principio a fin otro proyecto fotográfico del año pasado, en el que hice una fotografía al día (aquí). El caso es que en una fotografía de julio hay un enlace a un post mío, que es el que escribí como despedida a Ohakune, el pueblo donde viví por tres meses en el medio de la isla norte de Nueva Zelanda.
Y claro, entré y ese post me redirigió a otro, y a otro, y a otro… hasta llegar al primero que publiqué en el blog. Y ahí me detuve. Porque me di cuenta de una cosa: ese es un post potente. Potentísimo. Y han tenido que pasar como dos años para darme cuenta de ello.
Ese post es muy potente porque tiene decisión. En aquel entonces, en diciembre de 2016, Miguel y yo vivíamos en Málaga y no teníamos ni un duro. Literal. En diciembre de 2016 no sólo no sabía si llegaría a tener el dinero suficiente ni para comprarme un billete de avión, es que ni siquiera sabía si conseguiría la visa de Nueva Zelanda. Sin visa, se desmorona el plan, no hay nada que hacer.
Ese primer post es potente porque sentencio firmemente que
«yo quiero dar la vuelta al mundo. Vivir viajando.
Y mi primer destino será Nueva Zelanda.»
¿Cómo podía yo afirmar tan rotundamente algo tan grande? Sin visa, sin dinero y hasta sin los estudios acabados. ¿Qué pasa si suspendía alguna asignatura que tuviera que repetir?
Ese primer post es toda una declaración de intenciones tanto hacia mí como hacia el mundo entero. Estaba gritando que sabía lo que quería y que estaba decidida a conseguirlo. Ni siquiera existía un Plan B, no había nada de «bueno, si no lo consigo puedo hacer X». No, no lo había porque no concebía no alcanzar mis metas.
Por eso hoy tengo ganas de escribir otra vez, porque me siento orgullosa. De mí y de todo lo que he conseguido. Por cómo soy, por soñar fuerte y por trabajar aun más fuerte para cumplir mis locas onirias.
Y por eso hoy también quiero repasar aquel post que escribí un 26 de febrero de 2017 en el que ponía en palabras el plan de vida de viaje que me gustaría tener, para ver y analizar qué cosas he alcanzado y qué no. Así que allá voy.
En febrero de 2017 escribía que quería…
1º: Salir de España a Nueva Zelanda con una Working Holiday Visa. Estar allí de 12 a 15 meses. Solicitar una WHV para Australia.
¡Conseguido! El 16 de octubre de 2017 me monté en cuatro aviones y 56h después aterricé en Aotearoa, el país de la gran nube blanca, donde viví unos maravillosos 14 meses. Ese año, además, conseguí la visa para Australia 😃
2º: Con el dinero ahorrado en Nueva Zelanda, hacer un viaje por el sudeste asiático de seis meses aproximadamente. Según el ritmo que llevemos -probablemente lento- nos dará tiempo a visitar más o menos países. Pero la ruta “ideal” sería Indonesia, Filipinas, Vietnam y Tailandia, ya que no daría tiempo a más. Y desde Tailandia, volar a Australia.
JAJAJAJAJA no te lo crees ni tú, maja. Con lo que yo no había contado en este plan viajero-vital es con los costos de la visa australiana. Entre los papeleos, el costo de ir mil veces a la embajada de Wellington, el costo de la visa en sí, el costo del examen de inglés, el costo de los biométricos y el costo de la gasolina para ir a todos estos sitios, los seis meses por el sudeste asiático se redujeron a uno.
Bueno, al menos un punto sí que lo cumplí: volé desde Tailandia a Australia.
3º: Pasar un año (o dos) en Australia. Al terminar la visa, con el dinero ahorrado ir en barco a Argentina.
Bueno, ahora mismo sólo llevo tres meses en Australia, así que no sé si se cumplirá este tercer punto o no. Por lo pronto, lo dudo mucho porque es algo que ya no quiero.
Uno de mis mayores sueños es recorrer Sudamérica y Centroamérica, pero con lo que tampoco contaba en aquellos días es que una visita a las Islas Cook y vivir en Nueva Zelanda me harían enamorarme de la cultura Polinesia, por lo que ahora mi sueño sudamericano combate con el de viajar por las Islas del Pacífico Sur.
Lo que sí que planeo ahora es quedarme en Australia dos años y muy probablemente un tercero (ahora que la visa lo permite) para poder unir mi sueño Pacífico con el Sudamericano en un mismo viaje: viajar por las islas del Pacífico Sur y entrar en Sudamérica a través de la Isla de Pascua y ya allí recorrer el continente.
4º: ¡Por fin en Sudamérica, mi mayor sueño! ❤ Una vez en Argentina, lo ideal sería probar suerte por si pudiéramos llegar a la Antártida, que queda “cerquita” 😜Y ya de ahí hacer un recorrido por toda Sudamérica (Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, las Guayanas y Suriman), hasta llegar a Centroamérica y México. De ahí solicitar de nuevo una WHV a…
Sigue siendo mi sueño, pero va a tener que esperar un poquito más.
5º: …Canadá, y pasar allí un año para recuperar algo de dinero y volver a Europa (pasando por Groenlandia).
Uf, no sé yo. Como la WHV de Canadá es hasta los 35 años, ahora me planteo «aplazarla» un poco más para hacer antes otras cosas, como la WHV de Japón, por ejemplo.
6º: El primer destino europeo sería España para visitar (tras un lapso de… ¿cinco o seis años? 😱) a la familia y amigos. Y después partir por una ruta a través de Europa hasta llegar a Finlandia, donde me gustaría pasar un año.
JAJAJAJAJAJAAAAA X10000, que te creías tú que aguantarías cinco o seis años sin ver a tu familia y amigos, ya, claro. Por lo pronto ya tengo un billete comprado para agosto de 2019 para pasar un mes y medio en España. O sea, que sólo has aguantado dos añitos, guapi.
De todos modos ha sido bonito descubrir que soy mucho más apegada de lo que pensaba. Al final va a resultar que tengo sentimientos 😜
La ruta de Europa me encantaría, la verdad. Y también me gustaría vivir en Finlandia (es más, hay un Máster de dos años en Helsinki que me encantaría estudiar). Pero nope, todavía no.
7º: Al término del año finés, lo ideal sería cruzar Rusia con el Transmongoliano, hasta llegar a Mongolia o China. De ahí pasar a Japón, Corea del Sur, Laos, Myanmar, Nepal y estar una larga temporada en la India. No tengo muy claro qué haré con los países de alrededor, ya que no sé cómo será su situación política para aquellos años, pero me gustaría llegar a…
Me sigue pareciendo un plan de putísima madre que me encantaría realizar algún día.
8º: …Turquía, y de ahí dar un salto al continente africano.
Sí y no. Últimamente tengo TANTAS ganas de conocer más África que creo que va a ser de los primeros viajes que haré, no el último. Tengo más interés en viajar primero por África que por Asia, si soy sincera.
La verdad es que no voy en mal camino. Más o menos he cumplido mis previsiones a dos años vista, con sus más y sus menos. Y me encanta ver que mis gustos y sueños han cambiado, que yo he mutado, conocido y crecido más. Aunque ahora me encuentro mucho más confusa para con mi plan de vida viajero.
Ahora mismo, a 3 de abril de 2019, estoy trabajando en Fitzroy Crossing. Aquí me quedaré hasta finales de julio. En agosto iré a España y a mitad de septiembre volveré a Australia. De ahí en adelante, no tengo planes.
A veces me apetece coger e iniciar en 2020 una vuelta al mundo. A veces me apetece comprarme un coche y recorrer Australia sin prisa. Y a veces hasta me apetece ir a Barcelona a estudiar el máster de documental creativo que tanto me interesa.
No sé.
No sé qué pasará ni qué haré. Lo único que sé con una certeza feroz es que, en el momento que sepa lo que quiero, lo tendré.
Es una autopromesa.
P.D: sigo amando la canción de la postdata del viejo plan viajero-vital ❤
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Bangkok vs. Marta: primer asalto
Noté cómo la sangré se acumuló en cuestión de microsegundos en una zona concreta de mi piel para luego, aún más rápido, dejar paso a un dolor intenso y candente que incendió mi mejilla derecha de tal modo que no pude sostener el torrente de lágrimas que mis ojos pretendían bloquear con un dique de falso orgullo.
En ese preciso instante comprendí que la decepción me había hostiado la cara con todas sus fuerzas.
Porque así me sentía, en un ring de boxeo.
Damas y caballeros, agárrense bien fuerte a sus asientos porque el combate que van a presenciar hoy será recordado ya no por sus hijos, ni por sus nietos, sino que hasta sus bisnietos hablarán de él: de cómo una joven principiante decidió enfrentarse a uno de los grandes del muay thai. Damas y caballeros, let’s get ready to rumble!
En la esquina inferior izquierda, con su metro sesenta de altura y con 0 años de experiencia como mochilera, encontramos a una Marta de 23 tiernos añitos y seis países a sus espaldas. Y en la esquina superior derecha tenemos a Bangkok, con sus diez millones de habitantes, sus sensaciones térmicas de 42º en invierno, su olor a suciedad y alcantarilla constantes, sus timos y su circulación temeraria.
Recordemos, queridos espectadores, que Bangkok tiene un récord de peleas ganadas y cero derrotas por la vía del K.O. ¡Comencemos!
Bangkok se prepara y calienta sus músculos para el combate sin quitarle el ojo de encima a su contrincante. Choca los puños, lanza golpes al aire, da saltitos rápidos en un juego de pies, esquiva golpes imaginarios, contraataca. Wow, ¡qué mirada, qué movimientos, qué agilidad! Se lee a través de sus ojos que no tendrá piedad con ella.
Mientras… ehm, bueno… Marta está sentada en una silla… balanceando sus pies colgantes… mientras se come una piruleta. Su mirada está más bien dirigida hacia Babia. Sospechamos que no tiene ni idea de lo que se le avecina.
Cuando me recuerdo en mis primeros días en Bangkok, me visiono a mí misma como una Dora la Exploradora de la vida, como un personaje inocente, infantil y positiva –que no estresada- ante las adversidades. Y a Bangkok lo recuerdo como un Godzila rugiente escupefuegosrayosláseroculares. David y Goliat. Marta y Bangkok.
Bangkok y yo. Cada vez que la ciudad me cruzaba con un amable tailandés que detrás de la falsa ayuda aguardaba un timo, yo respondía con un “bueno, es lo que hay, habrá que acostumbrarse”. Y cuando me lanzaba una bola de humo de pura contaminación hacia mi sistema respiratorio, yo respondía con un “bueno, es lo que hay, habrá que acostumbrarse”. Y cuando lo que hacía era marearme con su ola de calor, ya podéis imaginar lo que seguí predicando. También lo hice cuando los taxis me cobraron muuuucho más de lo que correspondía, cuando me perseguían y asaltaban para coger tuk-tuks, cuando una noche me dio diarrea por comer una comida cuya salsa tenía un sabor sospechoso, cuando en un hotel me querían cobrar más de la cuenta, cuando se rompió una rueda de mi maleta en el horrible asfalto o cuando esperé bajo un sol abrasador a un autobús que nunca llegó.
Pero la gota que colmó mis ojos me golpeó en la estación de trenes de Bangkok.
Suenan las campanas y el combate comienza. El público está eufórico, hasta los asientos tiemblan por sus rugidos. Oh, un momento, ¿qué es eso? Hay tanto humo en la sala que Marta parece que no ve bien. Se mueve por el cuadrilátero como un zombie: con los brazos extendidos hacia ningún lugar. Creo que le están lagrimeando los ojos. Me da a mi que va a pillar una conjuntivitis –y la pillé-. La desorientación de Marta crece aun más cuando miles de espectadores le hablan a la vez desde distintos puntos para venderle cosas: tuk tuk, lady? Massage? Tuk tuk, taxi, taxi. cheap, ping-pong show, suit, massage? lady, lady, LADY MASSAGE? TUK TUK? Marta no ve nada y no sabe hacia dónde dirigir su atención yOH DIOS MÍO, aprovechando la desorientación, Bangkok da el primer paso con un combo de movimientos gancho hacia el hígado y luego a la mandíbula y ahora da un golpe bajo (-Pero señor réferi, ¿esto no es ilegal en el boxeo? -Da igual, ¡es Bangkok! :D) gancho en las costillas izquierda derecha izquierda arriba a la frente puño nariz sangre y…
Todo negro.
10… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 1…
Knock-out.
Bangkok ha derribado a su oponente. Marta está incapacitada para reincorporarse a la pelea.
Bangkok gana.
El momento en el que me vi en la estación de trenes con una maleta rota, una mochila de 50L y otra de 70L y con dos mochilas pequeñas, una de ellas de 7kg aproximados; con la imposibilidad de dejar la maleta rota en las taquillas de la estación porque (oh, sorpresa) resulta que “justo” cuando nosotros queremos hacer uso de ellas el precio se triplica, solo que no habían actualizado el cartelito de precios (oh, sí, vaya, muy casual); en ese mismo momento me golpearon el calor, el tráfico, la gente, el picante, la frustración, los timos, la señora que me persigue con una rana de madera que hace cri-cri-cri, los vendedores y el ser vista como un saco de billetes con patas.
En ese mismo instante, mi cuerpo no pudo aguantar más y me quebré y lloré todo lo que había intentado combatir con positivismo.
Y, derrotada, con las pocas fuerzas que me quedaban, me arrastré hacia el tren 13, vagón 2, asiento-cama número 33 que me llevaría hasta la otra punta del país.
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I’m back!
Ya mismo hago dos meses en Australia (y tres que no escribes en el blog, chata) ((no nos desviemos, anda)).
Ay, empiezo de nuevo:
Ya mismo hago dos meses en Australia y desde hace un tiempo siento que tengo mucho que escribir. Quiero terminar de escribir los diarios de viaje de Tailandia y publicar los que ya lo están, quiero compartir reflexiones, pensamientos y alguna que otra vivencia. Pero para ello siento que debo poner un poco en contexto. O sea, no sé si es eso realmente, pero siento que está feo eso de desaparecer y dejar a alguien (el blog) tirado para luego reaparecer al cabo de los meses fingiendo que no ha pasado nada.
Eso está feo.
Mínimo, le debo una explicación ya no sé si al blog, a mí o a los posibles lectores que tenga. Y explicación no tengo ninguna más allá que la de que no me apetecía escribir, ni aquí ni en Instagram. Y como no me apetecía, pues no lo hice. ¿Para qué forzarnos a hacer algo que no queremos? Yo ya aprendí hace mucho tiempo que ese no era el camino…
Pero ahora sí me siento con ganas –y energía- para volver (cibernéticamente, físicamente nunca me fui) ((o sí. Quizás fui abducida y no me di cuenta???)) (((ay ya, para, loca))).
Lo que estoy intentando decir es que antes de retomar el blog, me parece justo contar qué pasó entre el 4 de diciembre de 2018 y hoy, 20 de febrero de 2019:
- El cuatro de diciembre nos despedimos de Nueva Zelanda después de haber vivido en ella catorce meses y pusimos rumbo a Tailandia.
- Bangkok fue todo un desafío para mí. El comienzo de mi viaje por Tailandia se me hizo durillo, pero a medida que fui comprendiendo el país, fui encontrando mi lugar en él y comencé a disfrutar.
- A las dos semanas de explorar Tailandia, mi madre se nos unió al viaje. Cabe destacar que hacía más de un año que no la veía y que a sus cincuenta y ocho años, ese era ya no su primer viaje de mochilera, sino su primer gran viaje en general.
- Miguel, mi madre y yo, juntos los tres, pasamos otras dos semanas recorriendo el país. Nos lo pasamos tan bien que ahora mismo escribo con una sonrisa en mis labios 🙂
- El 30 de diciembre nos despedimos de mi madre, el 31 celebramos año nuevo en Bangkok, el 1 cogimos un avión y el 2 de enero de 2019 aterrizamos en Sydney.
- En Sydney cuidamos a dos perritos durante diez días, luego nos fuimos a Melbourne en coche de alquiler a cuidar de dos gatos por otros diez días.
- Mientras, encontramos trabajo en una gasolinera en el medio de la nada, más concretamente en el outback, en el estado de Western Australia, a un pueblo que es comunidad aborigen.
- Dos aviones y un autobús de seis horas después, llegamos a Fitzroy Crossing, el lugar que sería nuestro hogar por seis meses y en el que ya llevamos uno.
Este es el resumen de lo vivido en los últimos tres meses. Aunque me dejo atrás lo que importa de verdad: los que pasa por dentro, en la cabeza y el corazón (y en mis nervios, pa’ qué engañarnos). Y quiero que este post sea mi pistoletazo de salida para escribir y publicar todo lo que quiero escribir y publicar.
Así que me autobienvenideo (?) a mí misma a mi blog. Vosotras ya sabéis que sois más que bienvenidas 🙂
See you soon!
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Resumen de mi añazo en Nueva Zelanda
Un año en Nueva Zelanda.
Todavía recuerdo una conversación que tuve con Lorena, una chica española que estaba viajando sólo ida por seis meses, cuyos caminos se cruzaron con los míos para convertirnos en amigas; una conversación que se dio cuando llevaba menos de cuatro meses en el país.
- No creo que pueda soportar estar un año en Nueva Zelanda. Es demasiado –sentencié.
Quién me ha visto y quién me ve. Que no sólo he llegado al año, sino que encima extendí mi visa, y me quedé un par de meses más. Cuánto menosprecié sin darme cuenta a este maravilloso país, del que todavía me quedan asuntos pendientes por hacer (lo que me lleva a tener obligatoriamente una segunda visita).
Ha sido un año de extremos: de extrema felicidad y libertad pero también de extremo llanto y tristeza. Porque ya me lo escribí en una carta antes de venir: cuanto más lejos estés de casa, más se intensifican los sentimientos. Y este ha sido un año de sentir(me) los 365 días del año.
CA-DA-U-NO.
Ahora me encuentro en la biblioteca de Auckland, a un día de irme del país. Pero no de vacaciones. Esta vez de verdad, para no volver… pronto.
Y desde aquí quiero hacer un post para mí, para la Marta del futuro. Porque no lo sé, pero lo intuyo: voy a echar de menos esto. Voy a echar de menos a Nueva Zelanda y a mi vida aquí. Un tipo de vida que, precisamente, por las características del país, sólo puede darse aquí.
Un post para mí para tener un refugio del corazón para cuando la memoria del cerebro me falle.
Un post para mí para volver a sentir el año tan bonito que he vivido en Nueva Zelanda.
Así que he decidido hacer una recopilación de cosas que –conociéndola como lo hago- seguro que a la Marta del futuro, la de la añoranza por tiempos pasados, le va a encantar.
Este seguramente sea un post largo e, incluso, aburrido. Así que si lo deseas tu lectura puede acabar aquí. Tranquila, no me ofenderé. Ya te dije que, esta vez, el post sería más para mí que para ti. Pero eres más que bienvenida a quedarte y a viajar virtualmente por mi resumen anual en las antípodas.
Empecemos:
OCTUBRE
El 19 de octubre de 2017 llegamos a Auckland después de haber cogido cuatro vuelos, viajado por 56h y haber visitado Shanghái.
Ese mes fue el de aclimatación, el de darme cuenta que Auckland no me gustaba y que si el resto del país era así, no sobreviviría. De hacer papeleos, buscar WiFi, comer barato, dormir en backpackers y de buscar trabajo y coche.
El último día del mes, en Halloween, compramos a nuestra querida Dama de Negro.
NOVIEMBRE
Con nuestra van recién comprada nos dirigimos a la Península de Coromandel a comenzar nuestro primer trabajo: un campo de kiwis.
Duramos una semana.
Mientras, estuvimos dando los últimos retoques de la van y buscando trabajo en granjas lecheras. Finalmente, con la excusa de un esguince que se hizo Miguel, aprovechamos el accidente para no volver nunca más a ese horrible trabajo y a los días nos cogieron en una granja.
A 1.576 kilómetros de donde estábamos.
A 22 horas de viaje.
En tres días nos recorrimos el país entero.
DICIEMBRE
El 10 de noviembre comenzamos a trabajar ordeñando vacas a las 4am. Noviembre y diciembre fueron meses de trabajo duro pero de mucha felicidad. Trabajábamos once días seguidos y luego teníamos tres días libres que aprovechábamos siempre para coger el coche e irnos a explorar ciudades más lejanas.
Fueron meses de verdadera Libertad.
ENERO
Dimos la bienvenida al año nuevo en Queenstown sin todavía ser conscientes de todo lo que nos depararía ese mes.
El cinco de enero fue nuestro último día de trabajo, y el seis de enero comenzamos la aventura de nuestras vidas. Nos recorrimos TODA la isla sur de Nueva Zelanda en 25 días viviendo en nuestra van: vimos Milford Sound, hicimos la Ruta Escénica del Sur pasando por Los Catlins y por el punto más al sur del sur de Nueva Zelanda, nos despedimos de Dunedin, nos asombramos con Tekapo, Pukaki, Twizel, Monte Cook, Tasman, también dijimos adiós a Queenstown y conocimos al glaciar Rob Roy y a Wanaka, a las Blue Pools y a los glaciares Fox y Franz Joseph; me enamoré de Hokitika y pasé miedo en Greymouth, infravaloramos –injustamente- a Christchurch, nos relajamos en Hamner Spring, nos sorprendimos con las focas y delfines de Kaikoura, nos contagiamos del “hipperío” en Takaka y nos bañamos con nostalgia en Nelson.
El 30 de enero cogimos el ferry en Picton para volver a la isla norte.
FEBRERO
Comenzamos el mes en Welligton, dejando atrás a la isla sur y comenzando nuestro viaje de 23 días por la isla norte.
En la capital del país nos pilló muy mal tiempo, así que nuestro días se basaron en visitas a museos, quedándome prendada por primera vez en mi vida de uno: Te Papa Museum.
Tras dejar la capital, continuamos el viaje por carretera volviendo a la Península de Coromandel, visitando una de las supuestas playas más bonitas del mundo, quemándonos los pies en Hot Water Beach con espectáculo acrobático de delfines incluido y visitando mi referencia de nuestras antípodas: Cathedral Cove. De ahí subimos a una lluviosa Northland que nos permitió disfrutarla a ratitos contados: visitamos Whangarei y sus Mermaid Pools, conocimos al Kauri Tane Mahuta, nos maravillamos con los gusanos luminosos de las Waipu Caves y sentimos paz en el punto más al norte del norte de Nueva Zelanda: Cabo Reinga.
El 15 de febrero volvimos a Auckland con billete avión a hacer un sueño realidad: Rarotonga.
Pasamos una semana en la capital de las Islas Cook. Nos enamoramos del país, lo flipamos haciendo snorkel y hasta me quemé la piel por primerísima vez en toda mi vida. Fueron unos días maravillosos.
A la vuelta estábamos tan cansados, que disfrutamos a medias de Hamilton, Hobbiton, Rotorua y Taupo. Estábamos felices de viajar pero también extremadamente cansados.
Necesitábamos un parón.
MARZO
El mes de marzo lo pasamos haciendo housesittings: uno en Napier y otro en Levin. Fue un mes de parón en el que descansamos, asimilamos el viaje, comprendimos que es humano necesitar una pausa y encontramos un nuevo trabajo.
Ah, también visitamos Taumata, el lugar con el nombre más largo del mundo.
ABRIL, MAYO Y JUNIO
El cinco de abril (día siguiente a mi cumpleaños) se acabaron nuestras vacaciones de tres meses y comenzamos a trabajar en una fábrica de zanahorias y patatas en Ohakune, un pueblo en el centro de la isla norte de Nueva Zelanda.
Fue curioso, cuando buscábamos trabajo nos negamos a volver a la isla sur. ¿Quién en su sano juicio se iría en pleno invierno a donde más frío hace?
Nosotros.
Resulta que Ohakune es de los lugares más fríos del país. Pero nosotros no lo sabíamos. Aunque eso sí, es de corazón caliente a rabiar.
Allí pasamos tres meses de altibajos: todo me hacía feliz menos mi trabajo, que desde el principio me sumergía en una tristeza profunda. Pero gracias a pasar nuestros meses allí conocimos a gente maravillosa (por fin teníamos amigos después de seis meses en NZ), conseguimos la extensión de la visa y aprobamos el examen de inglés que nos permitiría solicitar la WHV de Australia.
Con mucho cariño dejamos Ohakune para seguir con la aventura.
JULIO
Julio fue un mes movidito: comenzamos haciendo un housesitting en Feilding y luego en Wellington, para volver después a Feilding para trabajar en una granja familiar criando a terneritos recién nacidos.
AGOSTO
El trabajo en la granja nos gustaba, nuestro jefe nos gustaba, pero su mujer no. Por primera vez nos enfrentamos a una violación del contrato de trabajo: la esposa de nuestro jefe se lo quería saltar, con lo que ganaríamos mucho menos dinero del pactado.
Tuvimos que tomar una decisión: aceptar o renunciar.
Con mucho valor renunciamos y decidimos volver a la isla sur para caer en otra granja con el mismo trabajo. Todo parecía perfecto: buena localización, buen sueldo, buenos compañeros, buenas condiciones.
Pero no trataban bien a los animales.
Así que con el alma en pena por lo presenciado, abandonamos ese trabajo también.
SEPTIEMBRE
Septiembre fue un mes de curación.
Decidimos retirarnos del mundo en Sumner, un pueblo costero de Christchurch a cuidar de dos perritos. Estaba tan afectada por lo ocurrido en la granja que necesitaba esa desconexión. Y la tuve. Y me curé.
Me curaron la relajación y la falta de preocupaciones graves, los paseos en la playa, las excursiones por el Distrito de Mackenzie y por Christchurch, las fotografías a los impresionantes ríos azules y la ilusión por organizar un viaje a Tailandia donde me vería con mi madre tras un año.
En septiembre además vimos una aurora austral y nos hicimos veganos.
OCTUBRE
Los primeros días del mes fueron para despedirnos de Ragna y Rollo, nuestros compañeros de cuatro patas por todo un mes.
De nuevo volvimos a conseguir un trabajo en la otra punta del país: en Dargaville, Northland, a 1.269 kilómetros de donde estábamos. Así que, de nuevo, en tres días nos cruzamos el país entero aprovechando para visitar la República Independiente de Whangamomona y a nuestros queridos amigos de Ohakune.
El 10 de octubre empezamos a trabajar en una plantación de kumara.
Ragna & Rollo ❤ NOVIEMBRE Y DICIEMBRE
Nuestros últimos meses en el país los pasamos en Dargaville, donde trabajamos tranquilos al son de la música isleña. Convivimos con doce personas e hicimos muchos amigos maoríes (incluso aprendimos algunas palabras). Dargaville fue para interiorizar Nueva Zelanda, para descansar.
El 30 de noviembre dejamos Dargaville y nos fuimos para Auckland donde pasamos nuestros días con una uruguaya con la que compartimos habitación hasta hoy, cuatro de diciembre de 2018, que estoy escribiendo estas palabras.
https://www.instagram.com/p/BqzAnyvHNhO/
Escribiendo me doy cuenta de todo lo que he hecho. Ha sido un año increíble de no parar y de aprendizaje y autoconocimiento constante. He hecho un montón de cosas alucinantes que jamás en mi vida me hubiera imaginado llegar a hacer. Y también he llorado y sufrido una barbaridad. Pero si pongo todo en una balanza, la tristeza no tiene nada que hacer aquí. Es una total perdedora.
Y como a nostálgica no me gana a nadie, voy a seguir resumiendo mi año en una lista de cosas totalmente aleatorias que he hecho/visto/me han sucedido pero que me parecen interesantes de mencionar (ahora porque no tengo tiempo, pero subiré fotillos):
CIUDADES DONDE HE VIVIDO
Auckland CBD (15 días)
Whitianga (7 días)
Lumsden (2 meses)
Coche (2 meses)
Napier (10 días)
Levin (20 días)
Ohakune (3 meses)
Wellington (4 días)
Feilding (1 mes y medio)
Hinds (2 semanas)
Sumner (1 mes)
Dargaville (2 meses)
VIAJES HECHOS
Shanghái, China (16h)
Viaje en coche por las dos islas de Nueva Zelanda (2 meses)
Rarotonga, Islas Cook (7 días)
TRABAJOS REALIZADOS
Campo de kiwi
Ordeñadores de vacas
Fábrica de patatas y zanahorias
Criadores de terneros
Plantadores de kumara
HOUSESITTINGS
Napier: Sooty y Bella
Levin: Goldie & Co.
Feilding: dos gatitas
Wellington: Rudolf
Sumner: Ragna & Rollo
SITIOS CHULOS/CURIOSOS DONDE HEMOS DORMIDO
Frente al mar (Dunedin, Tauranga, Greymouth)
En un vecindario (Whitianga)
En una playa (Cocacola Lakes)
Junto a unas cascadas (Whangarei)
En puertos marítimos (Auckland y Wellington)
A la orillas de ríos y lagos
En el parking de un restaurante, dos veces (entre Kumara y Hokitika, y en Waihi)
En bahías
Debajo de un puente (Takaka y Taupo) – te da sombra, por lo que puedes dormir más tiempo 😀
En una base militar (Waiouru, llegando a Ohakune)
En un campo de tiro (Wanaka)
En un parque nacional (Levin)
En innumerables cunetas
Al lado de un circo (Dunedin)
Junto a un campo de críquet (Dunedin)
A los pies del Pukaki con vistas al Monte Cook (Twizel)
En una estación antigua de trenes (Lumsden)
En un camping de pago pero alojándonos gratis porque era temporada baja (Kaikoura)
Frente al océano pacífico con delfines saltando (Kaikoura)
En un complejo de tiendas en el centro de la ciudad (Blenhein)
DÓNDE NOS HEMOS DUCHADO
Con eso de vivir en el coche nos hemos duchado en…
Playas (agua fría)
Baños públicos
Piscinas municipales
Gasolineras
MOMENTOS TOP
Ver la aurora austral
Surfear con delfines
Jugar en la calle más empinada del mundo
Espectáculo de salto de delfines improvisado en Kaikoura y en Hot Water Beach
Cuando vimos de sorpresa un pingüino azul
Cuando vimos Pukaki en invierno
Estar rodeados de terneritos y abrazarlos
Darme cuenta de que estaba en China
Ver el azul de Black Rock Beach, en Rarotonga
Celebrar la Navidad en Bikini
Desear “feliz verano” en la nieve
Tener una experiencia musical con el viento
Ver cinco keas a la vez
ANIMALES QUE HEMOS VISTO
Focas y leones marinos
Pingüinos de ojos amarillos y pingüino azul
Kea
Weka
Águilas
Vacas, toros y ovejas
Ciervos
Alpacas y llamas
Gaviotas
Albatross
Tüi
Delfines Héctor y buscar
Diferentes tipos de peces
Tortugas marinas
Morenas
Estrellas de mar
Liebres salvajes
Possums
Cabras
Erizos
Caballos
NÚMEROS SUELTOS
Aviones: 6
Kilómetros con la Dama: 25.000km (lo sé, una burrada)
Noches dormidas en el coche: 77
Noches dormidas en el coche que hemos pagado: 0
COSAS QUE NOS FALTARON POR HACER
- Realizar el Tongariro Alpine Crossing
- Completar el Great Walk del Abel Tasman National Park
- Taranaki hike
- Visitar Tauranga
- Visitar la zona de Gisborne
- Visitar Rotorua en condiciones
- Hacer el Great Walk en Kayak
- Visitar la Stewart Island
- Hacer un voluntariado en Curio Bay
ACCIDENTES WTF
- Caída de moto (me dañé las dos rodillas por varias semanas)
- Rotura de labio inferior por el cabezazo de un ternero
- Rotura del labio inferior por golpe con manguera
- Esguince de tobillo por pisar una piedra
- Tendiditis en dos dedos por frío
- Heridas varias como moratones, cortes, quemaduras, raspaduras…
- Me corté un trocitito de dedo
- Tuve un día de trabajo realmente malo malísimo
- Una vaca me cagó en la cabeza
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Pinceladas de mis días en Dargaville
Cuando suena la música, sé que es hora de entrar a trabajar. Vivo, literalmente, a 30 segundos de mi puesto de trabajo, por lo que no es de extrañar que a veces me levante quince minutos antes del comienzo de mi jornada laboral.
A pesar de vivir doce personas en casa, nunca hay colas en la cocina ni en el baño, asi que es imposible llegar tarde. Imposible.
Probablemente la música que se escuche sea un 65% rap afroamericano, un 10% de reggae, un 5% de música isleña maorí y un 20% de grandes éxitos de los ’70. Todo mezclado. Esa será mi banda sonora por ocho horas diarias.
Dudo que exista en el mundo un ambiente de trabajo más relajado. Puedes trabajar de pie. O sentado, si quieres. Puedes escuchar música, hablar, reír, trabajar a la velocidad de la luz o ir leeeeeennntooo. Todo vale. Lo importante es que el trabajo quede hecho. Y el hecho de estar escuchando música isleña no hace más que ayudar a la relajación.
Porque así son los maoríes. O al menos, mis compañeros de trabajo. Salvo los doce que vivimos en casa y un par más, todos -jefa incluida- son maoríes. Hablan alto, fuman mucho, fuck es la palabrota más suave de su vocabulario básico y en realidad decir que fuman mucho se queda corto, visten como raperos-gánsteres en pijama y su lenguaje no verbal va en sintonía con su aspecto. Para mí, son la versión neozelandesa del -muchas veces injusto- imaginario gitano español. Pero a su vez ríen fuerte, bromean mucho, son felices y contagian esa felicidad a todos; son relajados y alegres y trabajadores. Mucho. Por eso es imposible estar mal en el trabajo. Es imposible estar triste o estresado. Y si lo estás, sólo basta con iniciar una conversación con ellos: su buen humor es contagioso.
A veces pienso en mis compañeros como si los malotes del Bronx se hubieran mudado a Rarotonga, y que un encontronazo a mano armada con ellos sería en plan “give me all your fucking money madafaka!!! But take it eaaasy bro, take your time. Peace my fucking bro!”.
Algo así.
Pero no sólo me gusta mi trabajo por mis compañeros, también me gusta por el trabajo en sí. Los primeros días me sentaron genial. Cortamos plantas a mano, preparamos las plantas a mano y las plantamos a mano. Es decir, todo el proceso es artesanal, sin mucha maquinaria de por medio. Creo que eso me sentó de maravilla después de haber tenido mis experiencias con grandes producciones de grandes maquinarias. Necesitaba ese ratito terapéutico de coger la planta, mirarla, oler a qué huele cuando es cortada, notar sus imperceptibles pequeños pelitos de los tallos en mis dedos. Eso me brindó la oportunidad de centrarme en el ahora y conectar un poco más con la naturaleza.
Porque no lo he dicho, pero trabajo en una plantación de kumara. Perdonad, seguramente no lo sepáis, pero kumara es el nombre que los maoríes dan a la sweet potato. Yo no lo sabía, pero resulta que la patata tiene una hermana gemela a veces morada, a veces naranja, cuyo sabor es dulce. A mí no me gusta, porque es como si al freír patatas en lugar de echar un toque de sal, echaras azúcar. Pero podéis imaginar que tiene sus seguidores. Miguel el primero.
Kumara/Sweet potato Los días libres suelen deberse a dos causas: una, porque es fin de semana y toca; y dos, porque ha llovido. Salvo excepciones contadas, los días de lluvia no se trabaja porque no podemos plantar. Así que la mayoría de días libres son para pasarlos en casa. En una casa que, por cierto, no tiene Internet. No os podéis ni imaginar la de juegos de cartas que he aprendido a jugar con mis compañeros. Una vez tuvimos una semana en la que llovieron varios días seguidos. Esos días fueron duros. Estar encerrados en casa a veces se hace duro.
Porque donde vivimos no hay nada que hacer. Trabajar en el campo y vivir a 30 segundos de tu puesto de trabajo, significa vivir en el campo. Y eso en Nueva Zelanda se traduce a vivir en medio de la nada. Dargaville, la ciudad, está entre cinco y diez minutos en coche de nuestra casa. Y ahora que hemos vendido el coche, dependemos de nuestros compañeros para que nos lleven a la ciudad.
En Dargaville no hay mucho que hacer: hay una biblioteca que deja el WiFi encendido 24h al día, un par de supermercados, unos cuantos restaurantes y cafeterías, un par de tiendas, unos cuantos talleres de coches, un videoclub (sí, aún existen), un hospital que abrió en 2010 y poco más. Es más, el cuerpo de bomberos está formado por voluntarios: cuando se necesitan sus servicios, suena una sirena que se escucha por todo el pueblo (al principio creí que era una especie de toque de queda), y ahí es cuando todos los voluntarios deben ir corriendo al edificio de bomberos para coger los camiones. Lo vi todo una vez que estaba en el parking de la biblioteca conectada al WiFi.
Pero a veces, si la suerte te sonríe y tienes un día libre soleado y tienes coche, no te faltarán cosas por hacer. Dargaville se encuentra en Northland, la parte más norte del país, esa que la mayoría de turistas no visitan. Northland es tremendamente verde, con preciosas playas, pueblitos costeros y selvas templadas. Es más, a unos 40 minutos de donde vivimos, hay un lago enorme llamado Kai Iwi que es verdaderamente precioso. Sus aguas son de un azul turquesa que, abruptamente, como si se hubiera trazado una línea con regla, se torna de color azul añil. Creo que esta vez, una foto vale más que mil palabras.
Kai Iwi Lakes Por no hablar de los compañeros, que no nos faltan. Somos cinco franceses, tres taiwanesas, un alemán, una sueca, Miguel y yo, los españoles. Somos muchos, todos jóvenes backpackers que sorprendentemente no montamos fiestas de desmadre, tenemos turnos de limpieza que respetamos mucho y, curiosamente, todos comemos muy sano. Vamos, todo lo contrario al típico mochilero (y a Ohakune).
De izq a dcha: Stephen, Eva, Alex, Lucas, Solenm, Danita, Juanita, Jonathan, Violeta, yo, Miguel y Melanie en Halloween La casa no es enorme pero tampoco pequeña. Las camas literas están repartidas en dos habitaciones. Miguel y yo compartimos habitación con una pareja francesa y el alemán. Aunque parezca que seamos muchos, nunca tenemos problemas con la cocina gracias a nuestras diferencias culturales: cuando nosotros vamos a cenar, algunos ya están dormidos o lo hicieron hace horas. Maravilloso, ¿verdad?
Ese domingo todos cocinamos un plato típico de nuestro país 🙂 Mi vida en Dargaville es tranquila. Quizás demasiado para algunos. Quizás demasiado para mí en otro momento de mi vida, pero no ahora. Nada más llegar, le dije a Miguel que no podríamos haber caído en mejor lugar para pasar nuestros últimos dos meses en Nueva Zelanda. Y ahora que me quedan tres días aquí, lo confirmo. Vivir y trabajar en este ambiente me ha brindado tiempo para interiorizar todo lo vivido en un año, que no es poco. Y de descansar y canalizar en condiciones mis emociones, que ya se me estaban agolpando en el pecho.
Dargaville ha sido para asimilar, para decir adiós y para prepararse para lo que está por llegar.
Hasta siempre, kumara country.

¡Holi!
The sky is not completely dark at night. Were the sky absolutely dark, one would not be able to see the silhouette of an object against the sky.